El estanque de las heces
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El estanque de las heces
EL ESTANQUE DE LAS HECES
Éramos niños, soñaba, de paseo en los estanques. Vestíamos trajes de baño y nos cruzábamos de brazos, temblando levemente. Había un pozo de aguas negras y los demás eran ojos de agua limpia y transparente. Ellos llegaron a la orilla y se tiraron de clavado a la cloaca natural. Gritaban, nadaban y se salpicaban a propósito. El cielo opaco. El sol color de rosa. Yo seguí por la vereda ascendente, entre la vegetación, pisando con cuidado porque iba descalzo y sin dudar me arrojé al manantial. Inmediatamente los otros chiquillos, unos diez, salieron de la mierda y siguieron mis pasos. Chorreando suciedad se sumergieron todos juntos y me sacaron cargando, como las hormigas. Me depositaron al borde en la inmensa fosa séptica y se cruzaron de brazos, esperando que yo tomara la iniciativa. “No lo arrojen, dijo uno, tiene que entrar por voluntad propia”. “Tampoco se meta nadie, si él no entra primero”, advirtió otro. Yo exclamé, “¡vengan a bañarse al agua limpia!” pero mis compañeros del pasado siguieron aguardando inmóviles, mirándome con suma extrañeza, como si mis palabras fueran pájaros suicidas. Cuando volví al estanque de arriba, por largo rato permanecieron en la orilla sucia sin hablar, sin tocar el excremento, con el entrecejo fruncido.
Éramos niños, soñaba, de paseo en los estanques. Vestíamos trajes de baño y nos cruzábamos de brazos, temblando levemente. Había un pozo de aguas negras y los demás eran ojos de agua limpia y transparente. Ellos llegaron a la orilla y se tiraron de clavado a la cloaca natural. Gritaban, nadaban y se salpicaban a propósito. El cielo opaco. El sol color de rosa. Yo seguí por la vereda ascendente, entre la vegetación, pisando con cuidado porque iba descalzo y sin dudar me arrojé al manantial. Inmediatamente los otros chiquillos, unos diez, salieron de la mierda y siguieron mis pasos. Chorreando suciedad se sumergieron todos juntos y me sacaron cargando, como las hormigas. Me depositaron al borde en la inmensa fosa séptica y se cruzaron de brazos, esperando que yo tomara la iniciativa. “No lo arrojen, dijo uno, tiene que entrar por voluntad propia”. “Tampoco se meta nadie, si él no entra primero”, advirtió otro. Yo exclamé, “¡vengan a bañarse al agua limpia!” pero mis compañeros del pasado siguieron aguardando inmóviles, mirándome con suma extrañeza, como si mis palabras fueran pájaros suicidas. Cuando volví al estanque de arriba, por largo rato permanecieron en la orilla sucia sin hablar, sin tocar el excremento, con el entrecejo fruncido.
verbigracia1- Mensajes : 94
Fecha de inscripción : 27/06/2009
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